sábado, 19 de mayo de 2012

Afuera de la caja

Vas a pasar los canales de la televisión y todavía nada va a explotar. Ahí, en la caja, no hay desastres verdaderos. Uno, dos, tres. Te retiene. Creés que no pasa nada. Volvés a cambiar, una imagen, después otra, después otra. No sos vos. Nunca sos vos. Otra cosa. Otro. Otro mundo. Huir. Pero una palabra se te mete en la cabeza, una música, una cara. Y ahí se te dobla la columna vertebral, te duelen las cuerdas vocales, te llora alguna parte del cuerpo. Y sentís que sí, que el desastre de ahí también está acá. Que todo termina rompiéndose. No hay salida. Se te viene abajo la casa. No podés hacer nada. Mirás a tu alrededor. Hay muchas cosas rotas. Hay muchos dolores metidos en tu piel. Hay gente que no se mira a los ojos y vos estás tan triste en el fondo de tu alma que no sabés qué palabras usar para hacer una poesía. Se te acaba todo. Los colores están pero no dan nada. Vas al baño, te pintás. Ya no sos tan linda. El pelo se te está empezando a caer y tenés tantos miedos que no entran en tu cabeza. Tratás de ser prolija, de que el esmalte no se salga de la uña. El pulso te tiembla, antes no pasaba. Te pintás mal. Ahora sos desprolija. Desprolija y un poco loca. Zapping. Imágenes. Ya no podés entrar. La televisión está tan afuera que no entendés nada. Te retraés. Te metés para adentro. Afuera duele todo y ni siquiera tenés con quien hablar. Compraste alcohol para olvidar. Mirás tus cosas. Te reconocés en el desastre.

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