miércoles, 30 de mayo de 2012

Confesiones de una hipocondríaca


Últimamente pienso mucho en la muerte. Estoy, mejor dicho, obsesionada. Llena de fobias, de miedos, de angustias abismales. La busco en mi cuerpo y creo encontrarla con la estúpida ilusión de poder mirarla a los ojos y así conjurarla, anularla. Hasta que entendí algo. No es la muerte lo que nos llena de miedo y desesperación. Nunca vamos a conocerla porque apenas ocurre nosotros dejamos de ser. Quiero decir, pienso, que la muerte no existe. Nunca la vamos a experimentar. Lo que sí experimentamos es la antesala. El miedo, el pensamiento oscuro, la premonición, la duda, la ansiedad, la locura ante la idea de dejar de existir. La desesperación siempre se da en VIDA. No hay muerto que tema, que llore, que grite, que desespere. Somos los vivos los que tememos algo que jamás nos tocará. Somos los vivos los que nos dejamos cautivar y atravesar por el abismo y la negrura de un concepto que no existe. La desesperación, entonces, nace de la imposibilidad de disfrutar de la vida pensando en ese vacío al que nos fascina llenar con nuestros monstruos, esos a los que sí conocemos. Estoy, por eso, desesperada. No por la muerte, sino por mi vida. Desesperada por abrazarla de una vez por todas. 


sábado, 19 de mayo de 2012

Cuando Josefina Infante deje de existir.

Afuera de la caja

Vas a pasar los canales de la televisión y todavía nada va a explotar. Ahí, en la caja, no hay desastres verdaderos. Uno, dos, tres. Te retiene. Creés que no pasa nada. Volvés a cambiar, una imagen, después otra, después otra. No sos vos. Nunca sos vos. Otra cosa. Otro. Otro mundo. Huir. Pero una palabra se te mete en la cabeza, una música, una cara. Y ahí se te dobla la columna vertebral, te duelen las cuerdas vocales, te llora alguna parte del cuerpo. Y sentís que sí, que el desastre de ahí también está acá. Que todo termina rompiéndose. No hay salida. Se te viene abajo la casa. No podés hacer nada. Mirás a tu alrededor. Hay muchas cosas rotas. Hay muchos dolores metidos en tu piel. Hay gente que no se mira a los ojos y vos estás tan triste en el fondo de tu alma que no sabés qué palabras usar para hacer una poesía. Se te acaba todo. Los colores están pero no dan nada. Vas al baño, te pintás. Ya no sos tan linda. El pelo se te está empezando a caer y tenés tantos miedos que no entran en tu cabeza. Tratás de ser prolija, de que el esmalte no se salga de la uña. El pulso te tiembla, antes no pasaba. Te pintás mal. Ahora sos desprolija. Desprolija y un poco loca. Zapping. Imágenes. Ya no podés entrar. La televisión está tan afuera que no entendés nada. Te retraés. Te metés para adentro. Afuera duele todo y ni siquiera tenés con quien hablar. Compraste alcohol para olvidar. Mirás tus cosas. Te reconocés en el desastre.

viernes, 18 de mayo de 2012

Beethoven



El miedo a la muerte no entra en el lenguaje. Se mete por los poros, por debajo de las uñas, por los oídos, por la garganta y se queda un rato ahí, entre la calentura del cuerpo que aún no grita pero sabe. Se posa en un ojo, lo cierra, lo nubla, lo invade. Rompe con todo. Hace que la casa se llene de tiempo suspendido. Ni las ventanas, ni los cuadros, ni las fotografías nos hablan ahora. Todo paralizado. No hay huecos para que el alma huya. No se puede respirar. El aire es gris como de niebla fría y perdida. El amado deja de existir en el momento en que no hay abrazo capaz de calmar tanto dolor. El sueño no alivia, la soledad frente a las luces apagadas y el silencio del otro que duerme a nuestro lado es tan grande que se dispara hacia todos los rincones de la habitación. La desesperación es absoluta. Nos rompe la cabeza con un hacha, nos astilla los huesos, nos derrite la carne. Ahoga.

Cerré los ojos y ahí estaba. Lo vi a través del vidrio de la ventana, suspendido en la oscuridad de la noche, casi volando, como un fantasma de otro tiempo. Nunca voy a olvidar sus ojos. Desorbitados, chorreantes de locura y muerte. Me miró, se metió en mis pupilas, no podía ignorarlo, ya era tarde. Su pelo estaba enredado, muy desprolijo y sucio. El pelo de un enfermo, de un loco o de un genio, pensé. Tocaba el piano pero no salía de ahí ninguna música. Era Beethoven, lo supe después. El sordo y el incomprendido. El enfermo, el genio, el loco, el muerto.

Nadie más puede verlo. Me piden que me calle, dicen que estoy gritando. Que me calle, que no hay nadie ahí afuera, que baje la voz. Yo digo que sí, que cómo puede ser que no lo vean, que me está llamando con los ojos y que tengo miedo de que sepa algo de mí, algo muy íntimo. Tengo miedo que esté leyendo mi miedo. Me piden que deje de patalear, que me va a bajar la presión de tanto llorar. Alguien me agarra del cuello. Siento que todo está ido. Me voy. No hay más afuera. No hay más afuera. No hay más afuera. Estoy sola.

martes, 8 de mayo de 2012

Sueño

Sueño con preguntarle a mi padre cuánto le teme a la muerte y curarme con su palabra. Sueño con que esa palabra esté hecha de viento.

jueves, 3 de mayo de 2012

Me gustaría ser


Me gustaría ser un señor barbudo al sol.

Me gustaría ser una señora de barrio baldeando la vereda.

Me gustaría ser un viejo periodista retirado mirando el mar.

Me gustaría ser una madre en paz recostada sobre el lomo de su caballo.

Me gustaría ser un peón de campo a las siete y media de la tarde con algo frío para tomar.

Me gustaría ser un ovejero alemán rascándose el lomo sobre el pasto húmedo.

Me gustaría ser un molino al caer la tarde.

Me gustaría ser una abuela recién madrugada en un pueblo silencioso.

Me gustaría ser una bicicleta pedaleada con fuerza sobre un camino de tierra.

Me gustaría ser una vaca mirando el horizonte pampeano sin nada en la cabeza.

Me gustaría ser llanura.

Me gustaría.

Convoco al lenguaje y a las palabras


Convoco al lenguaje y a las palabras para que me confiesen qué es real. Convoco al lenguaje y a las palabras para que me muestren el afuera de la locura. Convoco al lenguaje y a las palabras para que me salven de los dedos que aprietan con odio algo en mi cabeza con la fuerza de cien monos asesinos. Convoco al lenguaje y a las palabras para que se rían de mí. Convoco al lenguaje y a las palabras para que le arranquen la ropa a mis miedos y los expongan a la nieve hasta dejarlos azules e indefensos. Convoco al lenguaje y a las palabras para que me hagan oler la carne cruda, la parte agusanada de mi cabeza, la bola de podredumbre que se seca en mi garganta tapada.  Los convoco y acá están, amasándoles los pies a mis monstruos. Destapando. Lamiendo la parte de la herida que sí vale la pena sanar.