El deseo de replegarse, ponerse tapones en los oídos y volver al útero, abrazada por cien madres que son una sola y por un amor tan suave y puro y lleno y manso como el que sale de los ojos de mi amado mientras me mira bailar en el medio de la pista rodeada de manos de terciopelo que sólo quieren llegar al alma de las cosas y suspenderse sin odios hasta que todo sea el mismo centro de un sol tibio y sabio que mantiene vivos los brotes de la alegría que crecen como flores vírgenes y brillantes en los recovecos de nuestros cuerpos desatados.
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