Mi cuerpo lame la superficie tibia de las cosas recién muertas y entiende. No hay tiempo. No hay lugar húmedo. No hay cremas de útero para masajear nuestra piel dolorida por la carne podrida de los otros. No hay productividad con sentido, nada importa, las máscaras brillan unos segundos y después desaparecen en el mar de las certezas con dientes.
Los escucho reírse, golpean las mesas con sus puños de oficinistas ocultamente vencidos. Se entienden, se rozan, visten la misma ropa, se huelen y asienten con la cabeza, con los ojos, con los culos excitados. Están bien. Vuelven a reír. Me duele. Me espían. Me envuelven con grasa y chistes de fútbol.
Tan lejos.
Muy lindo!
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