lunes, 26 de marzo de 2012

Castillo de piedra, nena


Hoy me acompañó Spinetta mientras viajaba en subte. Menos mal. Me zambullí, me metí, me dejé abrazar, bailé en el bosque, resbalé por el túnel, me ablandé, caí, volví a subir, abrí el corazón y dejé que mi vulnerabilidad de ser amado y amante se mezclara con la gente, las caras duras, los fierros, las luces intensas, los pasos rápidos, los golpes, las escaleras sucias, las almas nubladas, los cuerpos dolidos, dormidos, hundidos, prendidos de la nada con forma de trofeo.

No soy diferente. No soy diferente. No soy diferente. Mamá, no soy diferente, no soy especial, no soy nada. Sólo quiero que me amen, que me enseñen los colores de la libertad, que me muestren los dientes del lobo y me empujen al vacío con un abrazo violeta y lleno de vida.

Ellos también quieren lo mismo. Ahora lo entiendo. Caminan como máquinas porque así pueden fundirse con el otro cosmos, el maldito, el de los números negros, las estructuras clavadas en la tierra, los golpes en la espalda, el desamor. Es lo que conocen, lo familiar, lo que les permite entablar un diálogo con los otros, lo que les da la seguridad cada mañana, el pan, el sentido de la tostada con dulce, el sentido del pijama, el sentido de los ojos cerrados a las once y veinte –siempre a las once y veinte-, el madrugón, el traje, la pollera, el maquillaje, la culpa, el maquillaje, la culpa, el maquillaje, la culpa la culpa la culpa.

Te estoy dando mi mano, vamos. Soltá, metete, saltá, dame, dejá. Vamos juntos, estoy acá. Soy como vos. Somos. Mirame a los ojos, dale. Abrí. El miedo no existe, lo inventaron ellos, y ella no supo cómo librarse de él para no pasártelo a tu sangre como un virus. No es su culpa. Ella. Hola mamá. Te quiero mucho. No pasa nada. Vuelo y estoy. Amo desde la nube. Me fui, te extraño, volveré en unos años con la cabeza llena de pájaros y el corazón embebido de licores nuevos. No me pidas más, quiero verte suelta y feliz, libre, voladora, confiada en las alturas y las distancias. No me quieras cuidar más del dolor. Amar así duele, me llena las plantas de los pies de plomo, me agota el alma, me ata a un tronco negro perdido en un bosque lleno de duendes asustados y animales heridos. No puedo más. Hay otros mundos llenos de amor. Los vi, los sentí en mi piel, caminé desnuda entre los bailarines de la noche que me rodearon con sus cuerpos hasta hacerme llorar de alegría. Acá me quedo, por ahora. Acá no hay tiempo, los colores son infinitos, las terrazas con soles se multiplican y la amistad nace de los silencios, de las almas suspendidas en un mismo plano de luz, de los cuerpos rozándose en la sombra, en la cornisa, en el precipicio que se abre ante la muerte y el verdadero amor.

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